Libro gratuito en PDF" Los Hornos de hitler" Olga Lengyel

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Es ley de la naturaleza que donde quiera se reúnan hombres y mujeres, surja el amor. Ni siquiera a la sombra del crematorio podían suprimirse del todo las emociones humanas. El amor, o lo que se llamaba así en la atmósfera degradada del campo de la muerte, no era sino una desviación de lo que es para la gente normal, puesto que la sociedad de Birkenau había quedado reducida a una desviación también de la sociedad humana normal. 

Los superhombres que tenían en su mano nuestros destinos trataron de extinguir todo deseo sexual en los prisioneros. Corría por el campo el rumor de que mezclaban con nuestra comida ciertos polvos para reducir o destruir el apetito sexual. Como los hombres de las S.S. podían excitarse demasiado ante la proximidad de tantas mujeres jóvenes y hermosas a las que veían demudas y expuestas totalmente a su mirada, se les habían proporcionado burdeles con mujeres alemanas para su uso. 
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A pesar de las teorías nazis respecto a la corrupción racial, nos enteramos de que muchas internadas atractivas fueron llevadas a esos lupanares. Privilegios semejantes se concedían a prisioneros de los campos de hombres. Sólo que su admisión era considerada, naturalmente, como un favor excepcional. Por otra parte, las ordenanzas y los procedimientos artificiales no significaban nada. 

La constante tensión nerviosa contribuía poco al aplacamiento de nuestros deseos. Por el contrario, la angustia mental parecía brindarnos un estímulo peculiar. Las relaciones entre los prisioneros de uno y otro genero, estaban caracterizadas por la ausencia total de convencionalismos sociales. Todo el mundo se dirigía a la persona que le interesaba, y a todos en general, llamándole de tú, y por su nombre, no por su apellido. Tal familiaridad no quería decir amistad, ni carecía siempre de cierta vulgaridad.

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